y corre, como un río escarlata
el dolor planetario de los muertos
el dolor planetario de mis muertos invisibles
de tus niñas perdidas
de mis niños extraviados
detenidos
desmembrados
a las puertas del olvido.
He de comer sus ojos, he de comer sus brazos
tragándome sus lenguas
y sus risas de pájaro
y sus cuatrocientas voces, su aleteo en mi garganta
querrán dormirse de pronto, en tu párpado almendrado...
Más no hay noche silenciosa
No hay siquiera silencio;
Siempre ladran los perros, siempre
cantan los gallos...
Siempre la sinfonía
de los grillos de la luna, del ombligo de la luna
nos devuelve aquel murmullo que conspira amaneceres
y al filo de cada aurora, bajo el gran altar de piedra
la memoria carcomida de las risas doblegadas
se incrusta hondo en la tierra
para nacer más flores
en mi patria imaginaria.
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